Notas sobre la divulgación histórica. El desdén y la ignorancia.

-¿Tienes formación de historiador?- me preguntaron un día.
-Soy historiador por deformación- repuse con un poco de humor.

No me mal interpreten, no reniego de mi profesión; al contrario. Se trata más bien, de ser consciente de los males y vicios que aquejan a nuestro gremio. Soy historiador por deformación porque, aún con todo, soy parte de ese grupo de historiadores del que me quejo con insistencia.

Tenemos muchos defectos; uno, a mi juicio, es de primera importancia: el desdén o ignorancia que tenemos para hacer divulgación del pasado.

El desdén.

Hay quien cree que hacer divulgación de la historia es un trabajo indigno. Hace poco me encontré un texto en Internet en el que ni siquiera se considera que un divulgador sea un profesional de la historia. Es decir, hay divulgadores y hay historiadores profesionales. O los divulgadores, en todo caso, son historiadores de segunda, que no tienen la capacidad de hacer investigación por ellos mismos y entonces difunden los resultados de sus colegas de primer nivel. ¿Estudiar tantos años para tener que rebajarnos al pobre nivel cultural de la gente? ¡Ni pensarlo! ¡Cómo, si yo estoy a la altura de la dialéctica hegeliana! No, no no. Que otros hagan ese trabajo, que yo voy a descubrir los secretos del universo desde mi cubículo o archivo. Y claro, hemos delegado nuestra responsabilidad en personas con una profunda ignorancia y malicia, que ha seducido al público ávido de pasado. Me refiero, por supuesto, a gente como Francisco Martín Moreno, Alejandro Rosas o Zunzunegui. Claro, cuando ellos dicen sus barbaridades nos indignamos, chillamos, pataleamos y rasgamos nuestras vestiduras, pero no hacemos nada para remendarlo. Escribimos textos para criticarlos, pero no desarrollamos una propuesta seria para divulgar.

¿Qué tan grave es el asunto? El público no especializado se hace ideas muy extrañas sobre el pasado. Aquí surge algo que podemos llamar las "anti-historias". No me refiero a interpretaciones distintas que puedan ser cuestionables o no, sino a hechos fácticos, cosas erróneas que la gente cree sobre el pasado. Como que Miguel Hidalgo en realidad era una mujer que se hizo pasar por hombre para pelear por la independencia, o que el mal llamado "Penacho de Moctezuma" fue elaborado con vello púbico (ojo, esto último, según me contaron, fue dicho por un maestro de escuela). O que representamos a Morelos con un paliacate porque nos avergonzamos de su origen mulato y así cubrimos su peinado afro. Cuando leemos esto nos escandalizamos, pero en realidad somos responsable de ello. ¿Verdad, querido investigador, que hay algo más urgente que hacer escritos para nuestros tres colegas?

Como historiadores, no hay que olvidarlo, tenemos que asumir nuestro papel dentro de la sociedad. Cuando hagamos esto, avanzanzaremos mucho. 

La ignorancia.

Otra de las razones por las cuales no hacemos divulgación es porque simplemente no sabemos hacerla (ojo, dije "sabemos" y no "saben"). Cuando pasé por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, no había clases para aprender algo sobre el tema. Eso nos ha llevado a creer que llegar a la gente de a pie es trasladar nuestro lenguaje académico a los medios masivos de comunicación. Es erróneo pensar que las tesis de doctorado, vaciadas por capítulos en un blog y sin sus notas a pie, conforman un esfuerzo para acercar al público. 

No es exageración mía y pongo un ejemplo. El año pasado, asistí a algunas de las charlas de la Semana de la Historia, que organizó el Comité Mexicano de Ciencias Históricas. Uno de los ponentes, Otto Cázares, sostenía una idea que iba más o menos así: si yo digo "Fenomenología" en una cápsula de radio, seguro que nadie me entiende, pero habré sembrado un poco de curiosidad y es muy posible que la próxima vez que esas personas se paren en una librería (ya ven que en México vamos a la librería como a hacer el súper), busquen algo sobre ello. Me quedé pasmado, y hasta el día de hoy no puedo decidir si sus palabras hablan de su profunda arrogancia, ignorancia o ingenuidad. El personaje en cuestión actualmente imparte una clase en la FFyL llamada "Producción de contenidos humanísticos para medios", con la que seguramente tendremos más historiadores por deformación.

Voy a insistir sobre ello: llevar el conocimiento histórico al público no especializado no significa símplemente echar mano de los medios. Esa idea fue la que predominó cuando, durante los festejos de 2010, se lanzó al aire el programa de televisión Discutamos México, que parece ser que sólo vieron los familiares de los que allí aparecieron.

Confesaré que cuando llegué al Museo del Caracol, en 2013, no tenía todos los conocimientos necesarios para desarrollar mis actividades. La primer actividad que me encomendaron fue realizar, en colaboración con Radio INAH, unos guiones de radio. Por muy sencillo que pudiese parecer, el asunto requiere alguna preparación al respecto. Lo mismo sucedió cuando tuve que hacer mi primer guión para exposición. Si ustedes vieran las primeras versiones de esos textos, les daría una profunda lástima. 

Es cierto que la divulgación ha ganado algunos espacios en el medio académico. Hoy, por ejemplo, el querido Carlos Mújica, Subdirector de Recintos de la SHCP, imparte clases en la Universidad. Creo que es muy importante que sea gente que se dedica a esto quien hable sobre el tema, pero necesitamos mayores esfuerzos. Las asignaturas de investigación y docencia pertenecen al tronco común, pero las de difusión todavía pertenecen a los seminarios y materias optativas.  

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A investigar se aprende, en buena medida, investigando; con la divulgación ocurre lo mismo. Si las Universidades no nos dan las herramientas necesarias para enfrentarnos a estos temas, hay que buscarlas por nuestra cuenta. Así, entonces, a divulgar se aprende divulgando. Debemos dejar de hacer solamente textos densos con miles de notas a pie de página y aprender algo sobre comunicación. La forma es la clave, ha dicho don Álvaro Matute. Hay muchos esfuerzos en radio, televisión, teatro, prensa, blogs, Facebook, Twitter, Youtube, revistas, talleres para niños y jóvenes, etc., pero pocos son emprendidos por historiadores, ¿cuándo vamos a cambiarlo? 




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