De Giambattista Vico a Pedro Ramírez Vázquez.
Ya sé que cuando lean el título me van a preguntar, ¿Y qué tienen qué ver las peras con las manzanas? En principio nada, pero buscándole en mis experiencias personales resulta que sí hay una relación entre ambos.
¿Quién construyó el puente entre ambos personajes? Uno de mis queridos maestros, don Álvaro Matute. Vamos, me explico.
No fue hace mucho tiempo, pero vaya que han cambiado las cosas desde entonces. Era 2009. Yo era un estudiante de recién ingreso a la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Aquello era un sueño hecho realidad (hasta que algunos descubrimos que la formación allí es a veces más deformación que otra cosa, pero esa es otra historia). Una de las clases más interesantes que tuve en aquel año fue la de Introducción a la Historia, que impartía el Dr. Matute. Como tuve la fortuna de ser su alumno durante dos años, y él siempre ha sido generoso con el conocimiento que tiene, le debo muchos aprendizajes. Uno, seguro, es el que recuerdo más: el de aquel viernes que nos habló de Giambattista Vico.
No soy, por supuesto, especialista en Vico. Don Álvaro nos comenzaba a dar algunas nociones de Filosofía de la Historia y sobre la teoría del "corso e ricorso" del pensador italiano. Si alguno de los lectores de este blog no sabe qué es eso, no se preocupe, porque en ese momento nosotros tampoco teníamos la más peregrina idea, y estoy casi seguro que nuestro maestro lo notó, porque inmediatamente buscó un ejemplo para que la digiriéramos .
El "corso e ricorso" planteaba la idea de que la historia, la de la h minúscula, describía una forma espiral. "Es como la espiral del Museo del Caracol", nos dijo don Álvaro. De nueva cuenta, hicimos cara de espanto, ya no por la teoría de Vico, sino porque muchos nunca habíamos escuchado hablar de ese museo. Pocos de mi generación han conocido el Caracol. Luego nos tuvo que explicar que era un museo en el Bosque de Chapultepec, junto al Castillo, que explicaba de manera muy didáctica la historia de México. Pero lo más interesante, para efectos de la clase, es que ese museo tenía forma helicoidal. Antes de pasar a otra cosa, nos recomendó que si teníamos hermanos o sobrinos pequeños, los lleváramos.
Yo no me quedé con las ganas y, en cuanto pude, fui a Chapultepec. Me extrañó haber ido en otras ocasiones al Castillo y no haber notado que junto había otro maravilloso espacio. En efecto, el edificio, que tiempo después me enteré que fue diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, tenía forma de caracol. El lugar me encantó desde el primer momento; lo tenía todo, la historia, la sencillez y claridad del mensaje y, desde luego, el paisaje. Me fui de allí sorprendido sin saber dónde estaría parado en febrero del 2016.
Y miren ustedes las vueltas que dan la vida; vueltas en espiral, como las del Caracol. En la licenciatura me interesaron muchas épocas y temas, pero al final volví al museo. En 2013, gracias al infinito apoyo de la Mtra. Bertha Hernández y de la Mtra. Julieta Gil regresé, ya no como visitante, sino ahora como parte del equipo de trabajo. Allí seguía doña Josefa Ortiz, tal y como la había visto cuatro años antes; Nicolás Bravo todavía perdonaba a cientos de soldados realistas y Guillermo Prieto seguía entre las armas y don Benito, dispuesto a morir por el presidente si fuese necesario.
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