Mitos sobre los mitos históricos.


Pavel Luna. 
Twitter: @Pavelunes
Investigación y difusión. Galería de Historia, Museo del Caracol.

Cada cierto tiempo, me doy cuenta que aparece un desmitificador que quiere dar al traste con toda la sarta de mentiras que la SEP nos ha mal enseñado durante años. Falacias históricas que sólo pueden venir de un gobierno igual de mentiroso. ¿Por qué? Porque nos quieren mantener controlados. He escuchado decir hasta el cansancio a gente como Juan Miguel Zunzunegui que la visión histórica que hemos tenido durante años le enseña al mexicano a ser sumiso, que la historia de la virgen de Guadalupe mantiene engañados a los mexicanos, que los mitos nos acomplejan, etc. Según él, habría que cambiar el chip mental del mexicano.

     Otro ejemplo clarísimo de desmitificación es el del Twitter de @DonPorfirioDiaz, cuenta administrada por Pedro J. Fernández. En tuits que repiten hasta el cansancio la culpabilidad de la SEP sobre nuestra historia mal aprendida, don Porfirio ataca a manera de sátira una y otra vez al libro de texto. Dice, por ejemplo, que












     Hay otros cientos de ejemplos, pero con estos me parece suficiente. De todo esto, hay una sola cosa que me queda claro, y es que ni don Porfirio, ni Zunzunegui, ni tampoco otros desmitificadores como Mitófago conocen los libros que dicen criticar. Quizá uno de los mitos a los que más hacen referencia es al de Juan Escutia, pero si revisamos el libro de texto de quinto año, esto es lo que dice:

Un dato interesante:
Entre los soldados mexicanos que defendieron el Castillo de Chapultepec había estudiantes (cadetes) del Colegio Militar. Algunos de estos jóvenes murieron durante el combate; su recuerdo se ha mantenido a lo largo del tiempo, pues los conocemos como los niños héroes de Chapultepec.

     Por más que busco y busco, yo no veo a ningún Juan Escutia lanzándose desde el castillo en el intento de defender la bandera mexicana. Otro caso que sale de vez en cuándo es el del Pípila durante la toma de la Alhóndiga de Granaditas:

Al llegar a Guanajuato, el intendente Juan Antonio Riaño y los españoles se resistieron a entregar la ciudad de manera pacífica y se refugiaron en la alhóndiga de la ciudad, llamada “de Granaditas”. Esta decisión del intendente desprotegió la ciudad, que fue saqueada por los rebeldes durante dos días, durante los cuales varios habitantes de origen español fueron asesinados, acciones que Hidalgo y Allende no pudieron contener.
     De hecho, nuestros libros de texto actuales tienen contenidos muy actualizados. Por ejemplo, se explica claramente que, en un principio, el movimiento iniciado en 1810 no buscaba propiamente la independencia, sino dejar de depender de España mientras ésta estaba en manos de los franceses. Así que búsquenle por donde quieran, pero en estos libros de texto no hay Pípila ni Juan Escutia. Es más, según mi querida amiga Bertha Hernández, -historiadora que se ha dedicado al estudio de la colección gráfica de los primeros libros de texto-, ni siquiera en los primeros libros de historia hay Juan Escutia lanzándose con la bandera desde el Castillo de Chapultepec. Luego, quienes tienen una gran ignorancia del tema son los propios desmitificadores, que están peleando con fantasmas. Yo he comentado en varias ocasiones que, más que ir por la vida desmitificando hechos o personajes históricos, lo que realmente hay que hacer es explicar qué hacen esos mitos allí. Desde luego que tienen una función específica. 

     ¿Son los mitos históricos una artimaña de nuestros gobiernos para mantenernos siempre ignorantes? Por supuesto que no. La visión broncínea de la historia es mucho más vieja que los gobiernos priístas y se remonta al siglo XIX, cuando nuestro país trataba de conformarse como un Estado-Nación. En un país en construcción como lo era el nuestro, la historia sirvió como elemento de identidad; de ahí que se hayan exaltado las figuras de Hidalgo, Allende, Morelos, y más hacia acá, la de Ignacio Zaragoza o Benito Juárez. Pero toda historia de héroes inevitablemente llevó a la creación de villanos, y esa etiqueta se le colocó a Iturbide, Santa Anna y Maximiliano. Con el paso del tiempo esta visión permeó en las escuelas, que buscaban construir buenos ciudadanos mediante el ejemplo de nuestros grandes héroes. Como vemos, el mito histórico tiene una clara función social. No es casualidad que la historia de los niños héroes se nos enseñe, precisamente, cuando somos niños y hay una clara moraleja.

     Hace un par de semanas que estuve en Guanajuato por primera vez, descubrí con sorpresa el culto popular que se le rinde a la figura del Pípila. Además de que éste personaje es tema obligado durante la visita a la Alhóndiga de Granaditas, existe la monumental estatua/mirador en la que uno puede subir a apreciar todo el esplendor de la ciudad. En los últimos años, la existencia de Juan José de los Reyes se ha puesto en duda en más de una ocasión. Ni siquiera los historiadores más académicos logran ponerse de acuerdo sobre si hubo o no Pípila.; dejemos que ellos se peleen a gusto. Más que hacer afirmaciones tajantes sobre la veracidad o no de este personaje, lo interesante es explicar por qué cobró tanta fuerza y la tradición permanece hoy en día. El Pípila es la encarnación de la lucha popular durante la guerra de independencia. Él representa a aquellos personajes que vivían de los riesgosos y duros trabajos en las minas y que -contrario a los que dicen que es físicamente imposible para calificar este hecho- sí podían cargar grandes y pesadas lozas. Además, si hacemos caso a la tradición y los testimonios que dan por buena la historia, la loza la cargó con un mecapal, instrumento que tiene su origen en la época prehispánica. Por tanto, la representación del Pípila es la de un indígena. La figura del Pípila no sólo enaltece la lucha del pueblo en la insurgencia, sino también la de los indios, que en realidad fueron los que engrosaron las filas de insurrectos.


     Explicados así, los mitos históricos dejan de tener el halo de complot gubernamental y empezamos a concebirlos como algo mucho más complejo, con una función social bien definida.   

     Ciertamente, ya no se enseña la historia del Pípila o de los niños héroes en los libros de texto, pero los estudiantes las siguen aprendiendo. ¿Dónde? El libro de texto es acompañado por la explicación del maestro de primaria, quien sí creció con esta historia de corte nacionalista. Hay que preguntarse si los docentes enseñan la versión del libro o la versión con la que ellos crecieron.

     Antes de terminar, quisiera hacer una pregunta a la que no le puedo dar respuesta en esta entrada del blog, pero que sí quisiera dejar en el aire. Los libros de texto actuales están elaborados por historiadores profesionales y respaldados por bibliografía de las grandes autoridades como Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, Edmundo O'Gorman, Antonio Rubial, Josefina Zoraida Vázquez, Daniel Cosío Villegas, Elías Palti y Luis González, sólo por mencionar a los más importantes. Sin embargo, parece que no estamos avanzando mucho en el campo de la enseñanza de la historia se refiere. ¿Por qué?

     No es que me empeñe en legitimar al mito histórico. Más bien, lo que trato de hacer es llamar la atención de que es algo mucho más complejo que una historia de mentiras sostenidas por un régimen. En todo caso, el mito más grande es que los mitos históricos acomplejan la mentalidad del mexicano. 







Comentarios

  1. Excelente artículo, querido Pavel. Es una alegría que haya historiadores que llamen la atención sobre este problema., en vez de estar quejándonos de los "desmitificadores". Abrazo.

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  2. Un texto muy pertinente, Pavel. Tan sencillo que es evidenciar las falacias sobre las que se levantan los "desmitificadores". Sólo añadiría una hipótesis: tal vez más que los profesores de educación básica (seguramente los de edad más avanzada, sobre todo), son los propios "desmitificadores" los principales difusores de los mitos que dicen combatir. Pensemos que sin esos mitos, el negocio se les acaba. Así, al tiempo de combatirlos también los están perpetuando en el llamado "imaginario" de los miles de mexicanos que los leen. Como bien dices, tenemos ahora mitos sobre mitos. Y claro, coincido en que, además de evidenciar las argucias de los "desmitificadores, hay que explicar la función social de esos mitos, que no surgieron por generación espontánea. Saludos.

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