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Vidas en pausa. Crónicas desde el encierro, 2.

  La epidemia relativa  ¿Los virus tienen conciencia? No, ciertamente, aunque a ratos da la impresión contraria. Esta pandemia es tan posmoderna y relativista como los tiempos que corren. Es como si el coronavirus supiera que está instalado en el siglo XXI y su comportamiento es tan líquido como nuestra sociedad. El virus es grave, pero luego resulta que no tanto. No lo es, porque sabemos que el 96% o 98% de los contagiados se recupera, pero sí lo es porque el 2-4% restante es una cantidad bárbara de personas, suficiente para colapsar los sistemas de salud de todo el mundo. Claro que ese es apenas el principio, porque entonces uno encuentra todos los espectros posibles de la enfermedad: se puede contraer el virus y no tener un sólo síntoma, pero también están quienes sólo sienten molestias leves, como una gripe de estación; otros tendrán molestias llevaderas pero al final padecerán secuelas cardiacas. Todo podría ser un síntoma asociado: hay quien pierde el gusto y el olfato; hay quien

Vidas en pausa. Crónicas desde el encierro, 1.

Prolegómenos La mitad de los textos que aquí comparto fueron escritos entre mayo y julio del 2020, año primero de la peste, para un concurso de crónicas sobre la pandemia. Por supuesto que no gané nada pero sentarme a escribir fue hasta cierto punto terapéutico. Escribir para sobrellevar el encierro; para asimilar el cambio brusco de vida; para combatir el tedio; y, sobre todo, para dejar constancia de lo sucedido. Y aunque la epidemia no ha terminado, existe ya la suficiente perspectiva para intentar describirla. La otra mitad de las historias que aquí aparecen las he escrito ahora, para que esta historia esté lo más completa posible.   ___________________________________________________________ “¿Quién nos cambió las ferias por hospitales? ¿Quién detuvo el reloj de las oficinas? ¿Quién mató las verbenas con funerales? ¿Quién silenció los vasos de las cantinas?   ¿Quién atrapa a ese ladrón que ha soltado nuestras  manos, ha secuestrado al verano, nos ha helado el corazón?” -Benjamín P

Vida en pareja

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—¿Me quiere ver? Estaré en el Palacio de Minería—, escribió aquella noche de septiembre de 2013. Y aunque me lo perdí, la verdad es que los últimos dos años había estado urdiendo diferentes escenarios para conocernos. La desidia y la falta del coraje necesario hacen que nos perdamos las mejores cosas de la vida. Fui más reservado, más cohibido, menos propenso al impulso.       Pero tenía la sensación de que aquello valía lo suficiente la pena como para dejarlo pasar, así que no desistimos. Un par de días después compartimos la primera de cientos de tazas de café. Fue una tarde de octubre. Reímos, platicamos, paseamos. Le siguió un viaje casi clandestino a Puebla en el que pudimos descubrirnos.       Han pasado ocho años desde entonces. Hubo de todo: risas, duelos y querellas, caricias, disparares -Sabina/Serrat dixit-. Ha habido también mucho vino, viajes, complicidad, ganas de descubrir el mundo y de descubrirnos en este mundo. Aunque fuimos arrojados a esta infame realidad pandémica

Más apuntes de la pandemia.

 Día 218.  Yo creí que los días del confinamiento total estaban enrarecidos. Episodios trágicos, escenas surreales, una pausa forzada en la que el tiempo era una masa extraña donde nada parecía importar. Pero nada parecido a esto que han llamado “nueva normalidad”.  “Nueva normalidad”, dijeron en junio. Muchos hablaban del “mundo post pandemia”, pero en realidad se trataban de meros eufemismos. Decimos “nueva normalidad” para evitar explicar que no podíamos seguir encerrados por toda la eternidad, para callar que el virus sigue allí, para esconder que, como la pandemia continúa, conviene aprender a vivir con ella. Lo que la gente entendió, por supuesto, ha sido quién sabe qué cosa. Y ahí es donde el ambiente se pone raro: unos creen que la epidemia terminó y que pueden retomar su vida normal; otros que se ha debilitado lo suficiente como para no preocuparse; algunos más se sienten cansados de la dinámica y han decidido que la situación ha dejado de importarles.  Parezco maniaco, y sin

Apuntes de la pandemia.

Soy el peor ejemplo de cómo sobrellevar una pandemia de forma más o menos decorosa. Todo se ha convertido en un desastre y sé que parte del fracaso se debe a mi indisciplina, que cada vez es más notoria. Mis horarios son ahora un lío y, pese a que los días parecen eternos, no alcanza el tiempo para nada.       Al empezar el confinamiento, los que saben de esto decían que lo importante era mantener la rutina. Despertar temprano, ejercitarse, desayunar sano, bañarse, vestirse, trabajar desde casa y mantenerse activo. Bla, bla, bla. Creo que lo primero que hice fue fraguar una venganza contra el cabrón del despertador para dormir veinte minutos más. Pésima decisión. Casi sin darme cuenta, la hora de despertar se recorrió. Veinte minutos más; quince más; otros treinta. El problema es que, como ahora despierto entre 10 y 11 de la mañana, consumé mi vocación de noctámbulo. Hoy fue el colmo: me fui a a costar a las 5:30 de la mañana. De haber aguantado un poco más, hubiera presenciado el

Otra vez, las escuelas. La pandemia.

5. Tomando la distancia entre escritorios en Heppenheim, Alemania. pic.twitter.com/r2lhNCIaru — Alejandro Morduchowicz (@alejmordu) 22 de mayo de 2020 Al final, la vida nos vuelve a poner en frente la discusión de las escuelas. Vivimos la peor pandemia registrada en poco más de un siglo, y, cuando los confinamientos comiencen a levantarse, la vida nos habrá cambiado a todos. Se calcula que 4 mil 500 millones de personas en más de 180 países han tenido que permanecer en sus hogares y, cuando las restricciones se flexibilicen, habrá que entrar en esa cosa extraña que al gobierno federal mexicano le ha dado por llamar "nueva normalidad". Esto implica que, cuando volvamos a salir a la calle, nuestra relación con el espacio público y las personas tendrá que cambiar. Y sí, las aulas jugarán un rol importante; fueron las primeras en suspender actividades y serán las últimas en regresar.    Primero, los rebotes del pasado. Veka Duncan narró hace poco la historia del a

Historias de la epidemia.

Llevo 50 días en confinamiento. Creo que ya enloquecí. La epidemia de COVID-19 nos ha fastidiado a todos, aunque es cierto que de formas distintas. En función de nuestros privilegios, dirán algunos, pero al final, a todos nos ha cambiado la vida. Acá algunas historias de la epidemia: 1) La epidemia no fue el inicio, sino el cambio brusco de un estado de decadencia a otro. Pues sí, qué les digo. No es como que la vida allá en el exterior fuera maravillosa, aunque es cierto que tenía algunas cosas por las que valía la pena. Hacía meses que todo parecía empolvado y tristísimo. Las cosas finalmente se quebraron en marzo de 2020. Ni siquiera quise hacer algo particularmente especial en mi cumpleaños aquel mes, y sólo en retrospectiva me doy cuenta de que lo debí haber hecho. El previo al desastre es una habitación de hotel un viernes en el que todo parece tornarse muy oscuro. Pese a todo, sobrevivimos.    2) No veremos los paisajes de Europa. Cada día veo con más claridad que nun